miércoles, 18 de mayo de 2011

Con María, multiplicando migas


   Es una tarde como tantas. Mientras marco los precios de las prendas, en la tienda donde trabajo, mi corazón se pone triste. Recuerdo que un amigo me ha pedido que escribiese una meditación acerca de la multiplicación de los panes. ..
   La idea es hermosa pero… no tengo tiempo. ¿En qué momento me podría a meditar para escribir? … Y mi corazón te busca, Madre querida, para pedirte disculpas. Mientras las prendas corren monótonas  entre mis manos, mi corazón se acerca al Tuyo sin hacer ruido, para que nadie lo note….
   -Madre, perdón por fallarte, perdón por haber defraudado tus esperanzas. Quizás tú querías esa meditación escrita y por ello mi amigo me la pidió… pero Madre, tú ves mis tiempos, todo el día corriendo entre trabajo, familia, casa y obligaciones….
   Tu silencio hace mi pena aun más honda…
   - Ay Madre, dime algo, por caridad…
   Estiras tu mano, que se mezcla entre las ropas de la tienda, y me pides que te siga sin preguntas, como debe seguirte un corazón devoto, para hallar más respuestas de las que imagina.
   Y allí voy, contigo, y el viento del atardecer, junto al lago, me trae perfumes que no conozco….
   Hay mucha gente en la orilla rodeando al Maestro. Muchos enfermos del cuerpo y del  alma que se acercan en busca del alivio, de la esperanza, del abrazo que consuela y suaviza las asperezas más profundas…
   Caminamos entre ellos, acercándonos a los discípulos, que a duras penas pueden organizar  la multitud de pedidos….
  Cuando casi todos han sido atendidos, cuando la gente se queda en su lugar, como esperando algo… escucho a los discípulos diciéndole al Maestro: Despide a la gente para que vayan a los caseríos y compren algo de comer.
   Conozco esta escena, la he leído muchas veces en las Escrituras. Me maravilla, sí, pero no alcanzo a comprender que puede significar en mi propia vida. Tu, Madrecita, que conoces mis penas y mis ansias, me acercas aun más a Jesús y sus discípulos. Y me hallo entre ellos cuando  Jesús les replica: «No hace falta que vayan. Denles ustedes de comer».
   Pedro y los demás se miran entre sí, sin comprender. Se apresuran a hacer un rápido inventario con lo que cada uno de los cercanos puede aportar.  Pedro se acerca a mí y me dice:
   - ¡Ey tu! ¿Tienes algo para compartir?
   Asombradísima, solo atino a mirarte, María, sin saber que responder:
   - ¡Madre, me está preguntando a mí!
   -  Pues sí, hija-respondes- Contéstale.
   -  Pero, Madre, no tengo nada para darle…. Ese niño, con los cinco panes, es más rico que yo….
  Pedro sacude su cabeza y sigue preguntando a otros.
   -  ¿Has tenido panes alguna vez, hija querida?-Me preguntas, Madre, sin rendirte…
   Mi corazón vuelve a todos los momentos en que el Pan de Vida llegó a mí… desde el día de mi Bautismo, mi Primera Comunión y las que le siguieron… Sólo atino a responder entre lágrimas:
   -  Si, Señora mía, los he tenido, pero entre el dolor y la pena, entre la soledad y las preguntas, no los encuentro… por más que busco en mi corazón, no puedo hallarlos….
   -  ¿Cuántas veces pusiste un trozo de pan en la mesa de tu casa?
   -  Muchas, Madre, pero ¿Qué tiene que ver eso, con los panes del alma?
   -  Mucho, hijita, mucho, porque también puedes aprender verdades eternas en las pequeñas cosas cotidianas… dime hija, cuando retiraste los panes de la mesa de tu casa, al terminar de comer ¿Quedaba totalmente limpio tu mantel?
   -  Pues, no, Madre, tu sabes, donde hubo panes, quedan migas….
   -  Entonces, querida mía, si tú me dices que has tenido panes en tu alma y ya no los tienes ¿No te habrán quedado, quizás, las migas?
   Migas… migas de panes… las migas de mi tiempo, escaso para la oración, en tanto trajín cotidiano… las migas de mis palabras, demasiado apurada muchas veces para decir “te quiero” a los que amo…. Las migas de mis talentos, que por poquitos que sean, debería utilizarlos más… Las migas del dolor que se torna en lágrimas ante situaciones dolorosas que no puedo cambiar… Migas, Madrecita, si, seguramente en mi alma hay demasiadas migas…
Y, sin más, las busco, y las tomo todas en mi mano….
   -  Aquí están Madre, pero ¿De qué sirven?
   -  Escucha, hija, escucha al Maestro…
   Y  mi corazón escucha, entonces, la voz de los apóstoles respondiéndole a Jesús:
   «No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados».
   Y Jesús les responde con voz serena, cristalina, perfumada:
    «Tráiganmelos».
   Los Apóstoles, entonces, acercan a Jesús las canastas con el escasísimo almuerzo.
Me dices, entonces, Madre:
   -  Ve hija, lleva también tus migas.
   -  ¿Cómo Madre? ¿Mis migas? ¿Esto, que no sirve para nada, más que para arrojar a los pajarillos? Ay, Madre, perdóname, pero me da mucha vergüenza acercarme con esto al Maestro…
   - ¿Y si se las acerco en tu nombre?
   Y estiras tu mano preciosa hacia la mía…. Y con mucha pena, por tener tan poco que ofrecer, pongo mis migas en la palma de tu mano…. Entonces….¡Oh Dios mío!, ¡¡¡¡Es… imposible!!!!!!
   El rejunte de migas que puse en manos de Maria, de pronto se torna en un puñado de los más brillantes diamantes que jamás hayan existido… las piedras preciosas más bellas que orfebre alguno haya trabajado….
   No puedo emitir sonido…. Te sigo en silencio…
   Te acercas a Jesús con tu mano extendida.  Yo camino tras de ti, casi escondida entre tu manto….
   Jesús me mira y nada me reprocha… Sus ojos son la misericordia hecha mirada.
   El Maestro junta la ofrenda de Maria, los panes y los peces… El milagro nace en silencio…sólo los más cercanos lo advierten…. Los demás, solo lo disfrutan….
   María agradece el gesto generoso de Jesús para conmigo… ¡Qué palabras, qué miradas entre la Madre y el Hijo!
   Yo jamás sabría expresar mi gratitud de esa manera… Oh Madre, desde ahora, tantas veces mi corazón necesite dar las gracias, te pediré a ti que lo hagas por mí, porque tus palabras llegan a Jesús infinitamente más puras que las mías….
    Vuelves a mí, Madrecita, con tantísimas piedras preciosas que no te alcanzan las manos, por lo que debiste ponerlas en tu manto….
    Y las vuelcas todas en mi corazón…. Yo, vuelvo a verlas como migas….
    Notas mi mirada con pena por el cambio y me dices:
   -  Hija querida, has de saber que los talentos, los dones, el esfuerzo, el trabajo, la paciencia, la tolerancia y tantos regalos que Jesús hace a tu alma, no son “migas” que en mi mano parecen diamantes, sino al revés, son  diamantes eternos que tú ves bajo la apariencia de migas…
   Me quedo sin palabras…. Con los ojos llenos de lágrimas noto que es tiempo de seguir marcando ropa en la tienda… Seco mis ojos como puedo.
  Aún estás conmigo y me haces la última pregunta:
   -  ¿Qué harás ahora con ellas, hija? Son demasiados diamantes para ti sola.
   -  Madre- pregunto con inmensa pena porque aún no he terminado de comprender el milagro-¿Qué puedo hacer yo, tan pequeña, tan nada, tan sin tiempo?
   No me respondes. Te quedas junto a mí. Una compañera  se acerca y me cuenta en dos palabras su tristeza…. Le hablo de panes del alma y de migas que nunca faltan. Mi compañera me mira, asombrada y sonriente, ¡Gracias! me dice, y sigue con su trabajo…
   Te miro, Madre, sin comprender….
   -  ¿Ves hija? Eso puedes hacer. Ser apóstol  en donde estás. Tu compañera salió con el alma reconfortada. No le solucionaste el problema, le diste fuerzas para seguir. El milagro de la multiplicación lo puedes revivir infinitamente en tu alma, querida mía, y así, harás que se reviva también en el alma de tus hermanos…
   -  Multiplicando migas…. Multiplicando migas-susurro-.  Gracias, María, gracias infinitas. Con alegría veo que ahora ya no sólo me cuentas secretos al alma cuando estoy en la Misa, sino que te vienes conmigo a mi trabajo…. Gracias….
   -  Niña mía, no es que “ahora” vengo a tu trabajo… siempre he estado, como estoy  junto a cada hijo querido que me susurra un Avemaría suplicante….Y a veces, cuando mis hijos tienen tanta pena en el alma que ni fuerzas le quedan para un Avemaría, me basta con que me digan “Socórreme, Madre” para apresurarme a llegar a su corazón y  alcanzarle las gracias que necesitan y las virtudes que le faltan….
   - Si, Madre, tal como dices…. Cuando ni fuerzas he tenido para un Avemaría, mi corazón solo atinaba a nombrarte…. y jamás me has desoído….
   La tarde va cayendo y es tiempo ya de volver a casa. Me siento contenta por haber vivido contigo este momento… Ahora debo ponerlo en papel, para enviarlo a mis amigos, para contarles que su corazón está lleno de diamantes, aunque ellos, por la pena, muchas veces, vean sólo migas…

   Amiga mía, amigo mío que compartes conmigo este relato. No sientas pena cuando no halles en tu corazón panes, para ofrecer al Maestro, esperando la multiplicación. Ten la plena seguridad de que en tu alma aun quedan migas…. Pon tus migas en manos de Maria, Ella te mostrará que son diamantes
María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com 
NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón  por el amor que siento por Ella.”




María, el sicomoro perfecto


   Hace varios domingos, se ha leído en la parroquia, el pasaje bíblico de Zaqueo (Lc 19, 1-10). Un hombre pecador, trepado a un árbol, para ver a Jesús. Recuerdo que a la salida de Misa, vuelvo a casa sin poder dejar de pensar en la figura de Zaqueo y su sicomoro… Algo quieres decirme, Madrecita, pero yo no entiendo…
   Como nunca había visto yo un sicomoro, busco una foto, una descripción. Cuán grande es mi sorpresa, María, al descubrir que de ese árbol se dice que es “fácil de trepar y su madera es incorruptible”….
   Es enorme la alegría de mi corazón, pues te descubro a ti, Madre, en lugar del sicomoro, extendiendo tus brazos, fáciles de alcanzar para quien te busca, y tu Corazón, infinitamente más incorruptible que la madera del sicomoro, tu Corazón eterno….
   Pero mi alegría primera se va poniendo gris, pues pasan los días y no hallo un momento para poner en papel mi sencillo descubrimiento… Y me quejo, María…. me quejo…y mi queja continúa esta mañana, al salir del trabajo….”Si pudiese escribir ese relato…”. Y tu infinita Misericordia me alcanza, Madre, y me muestras caminando al lado de Zaqueo, y mi queja es la suya “Si pudiera verlo” dice él… y le sigo.
   Hay mucha gente delante nuestro… Mi queja y la de Zaqueo son una sola. No hay espacio para poder acercarse a la calle. La gente y las cosas se interponen haciendo una verdadera muralla. Zaqueo ve las suyas, yo… yo veo las mías. Mis cosas, mi gente, mis horas ocupadas…
   Seguimos caminando Zaqueo y yo. De repente, alzándose sobre las personas y las cosas, encontramos un sicomoro. Zaqueo comienza a treparse y yo… yo permanezco en el suelo, pues aún tengo demasiadas consideraciones…
   -Sube- me dice Zaqueo estirando su mano- ¡vamos, sube que ya viene!…
  - ¿Porque estas tan seguro de verlo desde allí?-pregunto, aun sabiendo la respuesta…
   - Porque SE que va a pasar por aquí…
   Y la certeza de Zaqueo me sacude el alma, su certeza lo lleva a no dudar. Y subo con él. Hay sitio para los dos. Y las ramas del sicomoro tienen, para mí, tu conocido perfume, Maria, y sus hojas se mueven como los pliegues de tu manto… ¡Bendita certeza de Zaqueo que lo llevó a buscar alturas nuevas!... Alcánzame, María, la certeza de Zaqueo, que nunca me falte la firme convicción de que Jesús siempre me verá, si estoy en tu Corazón…
   Y el Maestro se va acercando. Hay muchas personas cerca de Él, muchos están a escasos centímetros, más cerca físicamente que Zaqueo y yo. Parece imposible que alcancemos a tocarlo desde aquí. Pero los milagros ocurren cuando la esperanza humana se retira y les deja espacio…. Entonces vemos a Jesús detenerse frente a nosotros. A Zaqueo y a mí nos dice lo mismo: “Baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.», y cada uno lo escucha desde su lugar, desde su realidad, desde su propia sed…
   Y atino a nombrarte, Madre, y te encuentro junto a mí para explicarme lo que aun me falta comprender…
   - Hija mía ¿Ves ahora porque no tenias tiempo de escribir tu relato?
   - Si, Madre, porque aún no había entendido la enseñanza más profunda.
   - Así es, querida mía. Cada vez que sientas que tu realidad te impide acercarte a Jesús, que las ocupaciones, las obligaciones, el escaso tiempo de que dispones, son una muralla entre tú y Él, búscame… como Zaqueo buscó a ese sicomoro. Búscame y trépate a mi Corazón, con la certeza de que Jesús “va a pasar por aquí”
   - Es cierto, Madre, aun en medio de tanta gente, era imposible que Jesús no viese a Zaqueo…
   - De la misma manera, hijita, es imposible que Jesús no te vea si estas en mi Corazón. Cuando creas que la cantidad de cosas que tienes enfrente son tantas que hacen imposible ese tiempo de oración… Cuando veas que no llegas con los tiempos y sientas que aun te falta mucho por hacer…. Cuando no puedas ver la grandeza de las pequeñas cosas de cada día, que son camino de santidad… Cuando tu alma ya no halle caminos ¡Búscame hija!, que como aquel sicomoro, te elevare y llevare tu alma a esas alturas donde es imposible que Jesús no te vea….
   Y me abrazas, Madre, y me quedo largo rato con mi cabeza apoyada en tu hombro, con el alma asombrada y tranquila…
   Y la palabra “gracias” se me hace pequeñita para expresar lo que siento. Gracias Madre por tan profunda enseñanza. Gracias Madre por estar allí, siempre. Tan firme como el sicomoro de Zaqueo, tan real y cierta. Tan fácil de “trepar” y tan eterna.
   Ahora sí puedo escribir el relato… y lo escribo para mí y para ti, amigo mío que lees estas líneas. Lo escribo para  hablarte de un Sicomoro eterno que estira sus ramas hasta tu corazón. Un  Sicomoro perfecto que está más cerca de ti de lo que imaginas… un Sicomoro para que tu corazón se trepe aun en medio de las dificultades, el dolor y la pena… teniendo la plenísima certeza de que Jesús “va a pasar por allí”
María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com
NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón  por el amor que siento por Ella.”


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