martes, 28 de febrero de 2023

Beata Ana María Taigi y una eterna taza de té


   El recinto de la Parroquia “La Santísima Trinidad” está en semipenumbras. Es temprano aún para la Misa.     Es 9 de Junio, tu fiesta, Beata Ana María Taigi. 
   Te contemplo en la gran pintura al costado del Templo. Sentada a la mesa de tu casa, rodeada de algunos de tus hijos, con el escapulario trinitario como única e irreemplazable joya.   Confieso que me tienes intrigada desde mis 13 años. Por aquella época mi inocente corazón pensaba:
   “-¿Como puede ser beata si no es monja?” y, sin atreverme a preguntar demasiado, sólo me contentaba con observarte de reojo durante las Misas.
   El paso de los años fue desdibujando en mí tu rostro y mis dudas.
   Pero hoy es tu fiesta y me gustaría poder hablar un momento contigo. Preguntarte tantas cosas. Por el título de “beata” me pareces lejana, casi inalcanzable. Pero leyendo algunos datos de tu vida te siento compañera de camino, compañera de alegrías y llantos disimulados, compañera...
   Mi corazón intenta acomodarse en tu pintura, en aquélla lejana Roma de 1820. Desde cerca te veo más hermosa, tu rostro es sereno y levemente surcado por algunas líneas.
  Tu sonrisa es plena y tus ojos... tus ojos me hacen pensar en los manantiales del alba.
   - Te estaba esperando- susurras-¿Por qué has tardado tanto?
   - ¿Me esperabas?, no entiendo.
Sonríes, al tiempo que me invitas a sentarme junto a ti
   - ¿Quieres una taza de té?. Mate no tengo.
Nos reímos juntas. Siento que te conozco desde hace tanto...
   - Amiga -comienzas y la palabra me sorprende- si has venido hasta aquí es porque tienes el alma con más preguntas que respuestas ¿Verdad?
   - Pues... sí, señora, digo beata... bueno ¿Cómo debo llamarte?
   - Ana, sencillamente.
   - Ana... gracias por tu paciencia. Verás, hace muchos años tu imagen me tenía... no se...
   - Sorprendida - te apresuras a servirme la palabra junto con el té.
   - Sí, exactamente... cómo es que eras beata si no eras monja. Yo creía por esos años que sólo las monjas podían serlo.
   - Querida, la casa del Señor tiene muchas habitaciones y todos estamos invitados a hospedarnos eternamente en ellas. El camino de santidad es un regalo que Dios nos pone al alcance del alma, a cada uno según su estado y capacidad, pero nadie está excluido.
   - Amiga, he leído algo, poco, de tu vida y puedo ver que no te fue fácil...
   - Así es. En esta casa vivían mis padres, mis hijos, mi nuera, mi marido y yo... demasiada gente, poco espacio... en la sala y en las almas...
   - Tu marido no era precisamente un río manso.
   - No- y la respuesta aún duele al alma- era más bien un río caudaloso, torrentoso, que a veces desbordaba e inundaba todo con su ira o amargura...
   - Con semejante prueba ¿Se puede llegar a la santidad?
   - Se llega justamente por ella, gracias a ella. Verás... cuando mi marido llegaba del trabajo yo me predisponía a atenderle lo mejor que podía.
   - Pero... tú también estabas cansada, Ana. La casa, los hijos, tu nuera que era bien distinta a ti... más tus costuras... la verdad no sé quién debía atender a quien.
   - ¿Y hacer de ese encuentro un concurso de cansancios? ¿En qué habría terminado? Hubiera quedado yo peor luego de una segura discusión.
   - ¿Qué debe hacerse, entonces, Ana?
   - Intentar dar un poco más, un poco más de cariño, un poco más de comprensión.
   - ¿De dónde sacabas fuerzas? A mí me cuesta mucho ser amable después de un día complicado.
   - Las fuerzas me la daba la oración.
   - Pero ¿En qué momento orabas? ¡Si no tenías tiempo para nada!
   - Pues te equivocas. Si bien tenía yo un tiempo de oración muy de madrugada, trataba de prolongarlo en mi corazón durante el resto del día. Recordaba la oración de San Francisco...” No busque yo tanto ser comprendido como comprender...” Con esto no quiero decirte que fue fácil.   Grandes batallas había en mi corazón, pero fui aprendiendo a dominar los desbocados caballos de la ira o el rencor y optar por el amor... siempre.
   - Leí que el Señor te regaló dones poco comunes.
   - Sí, Dios es siempre generoso ¿Quieres saber cuál fue el don que más agradecí?
   - Pues, tus visiones supongo...
   - No, amiga mía, no. Lo que más agradecí, pues fue lo que más me ayudó a modelar mi alma a Su gusto fue: la Paciencia.
   - ¿La paciencia? Explícame, por favor.
   - Paciencia para esperar día tras día, año tras año la conversión de mi marido, la dulcificación de su carácter. Paciencia para valorar su virtud de buen trabajador a pesar de su carácter tan duro. Paciencia para vencerle por amor y con amor... paciencia, la más difícil de todas las penitencias. ¿Sabes cómo fui adquiriéndola?
   - No, pero quisiera saberlo, quizás pudiera adquirirla mi alma también.
   - Desde que descubrí que mi alma tiene alas de libertad para volar hacia el Padre. Alas que nadie puede cortarle jamás, porque son su esencia. Cuando supe que era esencialmente libre, libre del rencor y de la angustia, libre del temor y la tristeza, entonces.... entonces supe que podía esperar todo el tiempo. Y que mi espera no sería en vano, si esperaba refugiada en el Corazón de Jesús.
   - ¿Cuándo descubriste esa libertad?
   - Al ingresar como Terciaria Trinitaria. Allí comprendí que había un San Juan de Mata único para mí. Que me enseñaría a liberarme de todas las cadenas que, a causa de los difíciles problemas de mi hogar, iban inmovilizando mi alma.
   - Comienzo a comprender, amiga... gracias... gracias por tu tiempo y tu paciencia, tus consejos y tu cariño. Creo que es tiempo de volver a mi banco, pues la Misa está por comenzar. Llegue a ti llena de dudas y preguntas. Me voy con el alma llena de caminos.
    Sonríes, mi alma te abraza. Tienes el cabello perfumado como los amaneceres de la primavera.
   Ana María Taigi, la beata, la del cuadro, la de la Roma lejana, la de los ojos del alba eterna. Vuelves a quedarte quieta en la pintura.
   Regreso a mi banco cerca de la Virgen del Remedio.
   Comienza la Misa... de vez en cuando te miro de reojo. No ya con las dudas de mi adolescencia, sino con la certeza de tu amistad. Me miras, sonríes. Casi en la mesa del dibujo puedo ver dos tazas de te.
   - Ana-susurro- olvidaste retirar las tazas...
   - No, amiga, estarán siempre aquí, para ti o para cada mujer que quiera compartir conmigo sus dudas, su dolor, su cansancio o su alegría.
   Sonrío, mi imaginación va más lejos aún. Nuestra Señora del Remedio coloca una taza más en la mesa.
   Sé, ahora, que ambas esperan... Volveré, tengo tanto para conversar con ellas.

   Quise escribir estas líneas como simple homenaje a una sencilla mujer que, desde una pintura, llego a mi corazón en el despertar de mi vida y yo no entendí. Pasados los años me acerco a ella con otra mirada, con otros sueños, con otra cruz. Ojalá hubiera sabido antes que en la casa de Ana Maria Taigi siempre hay, para quien la visite, una taza de té caliente, y un corazón amigo...
Autora María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com
Nota de la autora: Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella. Este relato se encuentra en mi segundo libro "Palabras bajo el manto de María".

 



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