lunes, 25 de agosto de 2014

María y la inmensa profundidad del Cáliz

   ¡Qué profundo, Madre mía, es el misterio de la Misa!... Sólo desde la fe puedo reconocerlo. No es algo lejano e inalcanzable, sino cercano, repetido en cada Eucaristía… ¿A cuántas Misas asistí en mi vida? Imposible la cuenta y, sin embargo, aun tengo tanto por descubrir, por reconocer, por entender…
    - Y por disfrutar…- susurras a mi corazón como para que el gozo del alma sea completo…
   - ¿Disfrutar, Madre? Bueno, sí, es hermoso saber que Jesús está tan cerca, pero tus palabras van más lejos ¿verdad?...
   - Por cierto, hija, el descubrir, el reconocer y el entender, en la medida de tu capacidad, es incompleto si no te lleva a disfrutar, en lo más profundo de tu alma, el grandísimo acto de amor de Jesús en cada Eucaristía.
   - Llévame, Madre, de tu mano, a recorrer cada palabra, cada gesto que esconde, a los ojos del cuerpo, tan sublime milagro…
   Y pongo mi corazón en el Tuyo y te pido la gracia, si, la gracia de vivir este momento con la mayor intensidad que me sea posible… la gracia, Madre, porque sin la gracia es imposible, sin la gracia son vanos mis esfuerzos y pobres los resultados…. Y la gracia se da a quien la pide… por eso, en esta Misa, te suplico la gracia de disfrutar en mi alma el milagro del Amor…
   Y llega el tiempo de la Consagración y, por un momento, hasta el tiempo transcurre lento para reverenciar, a cada instante, a su Creador…
   El sacerdote toma entre sus manos el Cáliz… pronuncia las palabras santas… “Tomen y beban todos de él, porque éste es el Cáliz de mi Sangre…..” y  el vino ya no es vino sino tu Preciosísima Sangre, Jesús mío…
   Y tus palabras, María, le dan luz al alma para que entienda un poco más y pueda empezar a disfrutar…
  - ¡Es tan profundo el misterio que encierra este pequeño Copón! Contiene en sí al Dios de la vida. Tú no puedes penetrar con tus ojos las paredes del Cáliz, pero tu fe te dice que allí está Jesús
   Y por un instante, Madre, me llevas a Nazareth… el mismo milagro y tu vientre como Sagrario Perfecto.
  El sacerdote sostiene entre sus manos la Hostia y el Cáliz. Sólo Dios puede realizar tan grande prodigio, quedarse bajo la apariencia de pan y vino y dejarse sostener por manos humanas… y el Cáliz me sigue pareciendo inmenso, profundísimo, como vedando a mis ojos los más profundos secretos… Cáliz que contienes a tu Creador, Cáliz portador de secretos que no soy digna de conocer… Cáliz que eres promesa de amor cumplida, Cáliz bendito…
   Y empiezo, lentamente, a comprender lo que significa “disfrutar” de la Eucaristía… Tan grande milagro y ni un solo signo externo, tan grande milagro y estoy aquí, para verlo con la fe si he pedido antes la gracia, para disfrutarlo en mi alma sabiendo que Jesús está allí y hasta pareciera que el recinto ha quedado vacío y solo somos Jesús y yo…
   Y, sin notarlo casi, me veo acompañándote, María, al momento de la Ascensión, escuchando a Jesús: “ Y miren que Yo con vosotros estoy, todos los días, hasta la consumación del siglo” (Mt 28,20)
   Y las palabras de Jesús resuenan, nítidas, en mi corazón “ con vosotros, todos los días, hasta el fin…”
   - Al decir “con vosotros”, te incluye- dices, María, como para que no me sienta lejana- “con ustedes” es también contigo
   - También conmigo- y se me llena de asombro y alegría el alma al sentirme particularmente incluida en la promesa de Jesús…
   Se acerca el momento de la Comunión y, aun en tu Corazón, Madre, te pido la gracia de disfrutar, en mi alma, el milagro que se aproxima: Dios entrando a mí, Dios tornado en pan para el hambre de mi alma, que no puede saciarse con las cosas del mundo…
   Cerquísima ya del altar, las palabras de Maestro me invitan al abrazo, a la confianza… “contigo, todos los días, hasta el fin del mundo…” Que recibirlo no sea, Madre, un acto repetido, conocido y hasta casi mecánico… que sea un abrazo verdadero entre Jesús y yo… alcánzame la gracia, oh Mediadora de todas las gracias, de comprender, en lo que mi pobre capacidad pueda, que Dios Todopoderoso, Eterno, infinitamente Santo se coloca frente a mí, dejándose sostener por el sacerdote, mientras me repite: “Aquí estoy, contigo, como cada día, hasta tu último día”
   El Cáliz brilla en el altar y una niña dice “parece un tesoro”
   - De la boca de los niños brotará la alabanza- me recuerdas, Madre, para que no olvide que el Espíritu Santo sopla donde quiere y como quiere….
   Un tesoro escondido….
   - ¿Éste es también el tesoro del que habla Jesús?
   -  Hija, hablaremos de esto más tarde, ahora ve, que los brazos de mi Hijo se extienden hacia ti, en la Eucaristía….

   Y vuelvo a mi banco… y me traes en tu Corazón, Madre, y te encuentras con Jesús que está entrando al mío … y susurras “Contigo, hija, está contigo, como todos los días, hasta tu último día”
María Susana Ratero


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella.”

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