sábado, 10 de octubre de 2020

María Santísima en Naím (Lc 7,11-17)

 

Jesús llegaba a Naím

y a la pobre viuda veía,

llorar a su primogénito

que tan joven moría.

 

Y en las lágrimas de ella,

Jesús vio las de María,

pues, cuando fuese Su Hora

Ella también lloraría.

 

Y entonces paró el cortejo,

que hacia la tumba iba,

y al consolar a esa madre

también consoló a María.

 

Y calladas las lágrimas

al muerto le decía:

"Muchacho, yo te lo digo,

levántate"

y enseguida

el muerto se incorporó

y  muchas cosas decía.

 

Jesús le tomó entonces

y así, vuelto a la vida,

lo devolvió a su madre

que de gozo resplandecía.

 

Prefacio de muerte y llanto

anuncio de nueva Vida

el Hijo resucitado

tendrá en sus brazos María.

María Susana Ratero

susanaratero@gmail.com

8 de diciembre

 

Hoy canta el Cielo y la tierra

por la promesa cumplida

celebramos la Inmaculada

Concepción de María.

 

El Eterno Padre

ya la amaba

cuando el jardín del Edén

Adán y Eva dejaban.

 

Por Divino decreto

la Eterna Sabiduría

redimiría a los hombres

que en pecado vivían.

 

¡Oh Verbo Divino

que a la tierra vendrías!

¿Dónde reposar sin mancha,

sino en la pura María?.

 

Ha llegado el tiempo

del que hablaba Isaías,

es concebida sin pecado

la siempre Virgen María.

 

Oh, flor perfecta del Padre

que en la tierra crecería,

cuna perfecta del Verbo

fue concebida María.

 

Hoy es 8 de diciembre

día precioso entre los días

hoy renace la esperanza,

ya vive en Ana, María.  

                            María Susana Ratero

susanaratero@gmail.com

 

 

El grito de Bartimeo (Mc 10,46-52)


El mundo de Bartimeo

sólo tinieblas tenía

y clamaba limosna

a quien ni siquiera veía.

 

Rumor de pasos y voces

en sus oídos crecía

se acercaba mucha gente

y él no comprendía.

 

A la vera del camino,

a un costado de la vida,

Bartimeo no sabía

Quién era el que venía.

 

Entonces una voz cierta,

como el sol de mediodía,

le dijo:” ¡Grita, Bartimeo,

el mayor grito de tu vida!

viene Jesús, el Nazareno,

la profecía cumplida”.

 

Y sin saber Bartimeo

que era la voz de María,

gritó fuerte y claro

el mejor grito de su vida.

 

“¡Jesús, Hijo de David,

apiádate de mí!”

el ciego suplicaba,

Jesús se detuvo allí.

 

“¿Qué quieres que haga por ti?”

oyó Bartimeo asombrado,

¡Oh voces celestiales

las que le habían hablado!

 

“Ver, Maestro, ver”

fue un sollozo ahogado,

“Pues vé, Bartimeo,

tu fe te ha salvado”.

 

Y ese grito sigue siendo

puerta de tantos milagros

y que mejor que gritarlo,

María, bajo tu manto.

                                              María Susana Ratero

susanaratero@gmail.com

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