miércoles, 18 de febrero de 2015

María y un “pequeño don de lenguas”

   Aun tengo vivo en mi corazón el recuerdo de aquella Misa de Pentecostés, en la que se predicó sobre los dones del  Espíritu Santo, entre ellos, el don de lenguas…
   Recuerdo que me acerqué a tu Corazón, durante la homilía, para preguntarte acerca de este don, el cual consideraba tan lejano a mi corazón….
   - Madre, no entiendo bien esto del don de lenguas… Para mí es muy lejano, no creo que tenga algo que ver conmigo… ¿Quienes son ahora, en mi vida, los partos, medos, egipcios, etc.?  Me asombra, si, pero no veo lugar para mí en esa escena…
   Y aún resuenan en mi alma tus palabras… alentadoras, luminosas… que me llenaron de sorpresa, al tiempo que de calma y alegría…
   - Hija querida, para ti, el don de lenguas puede ser hablarle a cada uno según pueda entender…
   - ¿Y cómo es eso, Madre?
   - Cada persona, cada alma, es especial y única… Los dones y las capacidades son diferentes y están distribuidos en cada uno según el designio de Dios, por tanto, al acercarte a tu hermano, si bien el amor ha de ser el mismo para todos, no han de serlo tus palabras y gestos. Es distinta la necesidad del niño, del joven o del adulto. Del sano que del enfermo, del que camina por un trayecto  de soledad en su vida, del que camina tramos de gozo.
      Y guardo silencio. Me quedo cerca de tu Corazón meditando tus palabras, así, como tú me enseñaste a hacerlo, cuando el  Evangelio me dice: “María meditaba todas estas cosas y las guardaba en su corazón”
   Madre, quiero guardar en mi corazón tus palabras, tus consejos, porque todos me remiten a la Voluntad de Dios para conmigo… ¿Qué mejor tesoro puede anhelar mi alma?... Al resplandor de este tesoro, los demás, mis afectos queridos, se purifican y fortalecen…
   - Hablar a cada uno según pueda entender ¿Cómo se hace eso, Madre? – y vienen a mi corazón las palabras de la lectura de la Misa donde el Apóstol Pablo dice que “llora con los que lloran y ríe con los que ríen y es uno con todos”
  Según me puedan entender….
   - “Entender” hija, no significa solo interpretar el mensaje con su inteligencia. Este “Entender” del que te hablo es la posibilidad de llegar al corazón de tu hermano con compañía, si se siente solo, con la alegría de Cristo resucitado, si se siente triste. También recordándole la profunda felicidad de dar, cuando tu hermano tenga abundancia….  Recuerda aquí que no sólo es la abundancia material, sino la del corazón… Hay corazones que son abundantes en dones y virtudes que, a fuerza de no usarlas se van como secando, casi como marchitando en el alma…. El don de lenguas, tal como se explica en la Escritura, lo da Dios a quien quiere y como quiere, pero este “pequeño don de lenguas” del que te hablo, si bien también es una gracia, no es inalcanzable…. Pide la gracia, hija, de tener para cada hermano que Dios va poniendo en tu camino, un gesto, una palabra, un detalle… Ese modo de actuar que se sustenta en un corazón convencido de que es amado por Dios y ese gozo se refleja en todo su proceder. Un corazón que se sabe amado por Dios es feliz aun en medio de la tormenta, y es tan grande su gozo que no duda en desear esto mismo para todos. No son tus discursos, hija, lo que necesita el corazón doliente de tu hermano, necesita solamente ver a Cristo en ti…
   - Madre, perdóname, pero eso me parece como muy difícil para mí. Con sólo mirar la miseria de mi alma no entiendo como alguien pueda ver a Cristo en mí.
   - No es tu esfuerzo, hija, sino tu amor generoso y comprensivo, tu amor hecho compañía, consuelo, contención, lo que hará que tu hermano sienta que Cristo le abraza desde tu abrazo, que Cristo le visita con tu visita, que Cristo le asiste con tu generosidad, que Cristo comparte una taza de té con él cuando tu le regalas ese tiempo al hermano. Tu corazón es puente entre Jesús y tu hermano. Así, este “pequeño don de lenguas”,  será muy efectivo pues hablará el lenguaje más necesario, más universal, ese lenguaje que todo ser comprende y anhela: el lenguaje del amor.
   Tus palabras, Madre mía, siguen repitiéndose en mi corazón aún cuando han transcurrido ya algunos años desde aquel Pentecostés, cuando llegaste a mi corazón susurrándome: “hablar a cada uno según te pueda entender”… palabras que siguen dando fruto en mi corazón… Gracias, Maestra del alma, gracias por estar allí, siempre…

   Te pido, María, que aquellos hermanos que lean este pequeño relato, sientan en su corazón tus palabras y puedan disfrutar de este “pequeño don de lenguas” que Tú nos propones, para gozo de tantos hermanos que necesitan una palabra, un gesto, una sonrisa que les perfume el alma…
María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com
(este relato se encuentra en mi cuarto libro
"Madre, en tu Corazón")




María y la oración de Marta

   No es la primera vez que escucho la lectura sobre Marta y María (Lc 10,38-42) , pero este domingo vuelvo a sentir esas palabras, en mi corazón, de un modo diferente.


   Tu imagen de Luján está cerquísima del sitio desde donde el sacerdote hace la Lectura, así que, como es mi  costumbre, corro a refugiarme bajo tu manto para entender mejor cada palabra santa…
   No un “entender” soberbio y vanidoso, no, pues de nada me serviría para buscar la santidad, sino un entender sencillo, descubriendo que es lo que esas palabras me dicen a mí, hoy…
   Y me llevas a la pequeña casa de Betania, justo cuando Marta ha comenzado a molestarse por la actitud de su hermana María.
   - Mira, hija, y mírate a ti misma en su lugar, tantas veces…
   - ¿Yo? ¿En su lugar? ¿Cómo? ¿Cuándo, Madrecita? Enséñame a ver, Madre, que muchas veces la ceguera del alma me lleva a errar caminos.
   - Escucha la oración de Marta.
   - ¿La oración? ¿Cuál oración? Más bien la veo muy molesta con su hermana.
   - A ver, hija, ¿Qué crees que es la oración? La oración es un diálogo con Dios, no un monólogo que más bien parece un listado lastimoso de penas y órdenes. Marta se acerca al Señor y le dirige esta oración, pero su oración está afectada por el estado de su alma. Así que comienza casi reprendiendo a Jesús  que, según ella, no ve ni valora su esfuerzo, para terminar dándole una orden acerca de lo que Dios debe hacer. No es un pedido, ni una súplica, es una orden. ¿Comprendes hija? Como si Marta conociese de antemano las únicas alternativas posibles frente a su problema ¿No crees que te le pareces en alguna ocasión?
   Frente a esta pregunta de mi Madre, intento mirar hacia atrás en mi propio camino y sí, muchas veces le dije a Jesús lo que “tenía” que hacer.
   - Ay, Madre, Madre, que triste se habrá sentido tu Hijo, más por mi ceguera que por mis penas… sabiendo que mis penas, muchas veces, nacen de mi ceguera…
   - Así es, hija, pero no te desanimes, no te apresures, que aún Marta está parada frente al Maestro, esperando la respuesta, porque toda oración  es escuchada, y respondida, aunque muchas veces la respuesta no sea la esperada, como con Marta, aun así es la mejor respuesta.
   Y mientras Marta escucha la respuesta del Señor, que le ofrece caminos y le aligera la carga, caigo en la cuenta de cuantas respuestas he tenido a mi oración, tardías unas, inexplicables otras… algunas hasta difíciles de entender, pero de toda circunstancia, puesta en oración en Su Corazón, siempre hallé el mejor fruto…
   - Hija, aún puedes ver otro momento en el que, a veces, actúas como Marta, y otras como María…
   - ¿Otro momento, Madre? ¿Cuál? Dime, por caridad…
   - Jesús entró a casa de las hermanas de Lázaro… y, como te explicaba el sacerdote en la homilía:” ¡Es el Señor el que está entrando!”… todo lo demás, hija, pasa a un segundo plano, o debería pasar… Cuando recibes a Jesús en la Eucaristía, El entra a tu casa, a tu corazón… piensa hija, como le recibes…si como María, escuchando sus enseñanzas y adorándole desde lo profundo de tu alma, o como Marta, casi reprendiéndole porque no hace lo que tu esperas que haga… Aún en este caso, hija mía, ten la certeza de que Él te escuchará, te llamará por tu nombre y te mostrará que, muchas veces, caminas con excesiva carga sobre tus hombros y luego te mostrará el camino de las cosas que “no te serán quitadas”…
   Guardo silencio ante la profundidad de tu enseñanza, ante la delicadeza de tus consejos de Madre, siempre atenta a la salvación  de sus hijos…
   Con cuánta dulzura me muestras mis errores, mis olvidos, mis egoísmos…
   Es tiempo de prepararme para la Eucaristía, debemos dejar la casa de Betania… No alcanzo a ver ni a escuchar la respuesta de Marta a las palabras de Jesús…
   Más, ahora, sé que debo pensar en mi propia respuesta al Maestro, en mi propia actitud…
   Recibo a Jesús en la Eucaristía. En este momento no hay nada, nada, nada más importante… Es un momento único e irrepetible entre Jesús y yo, entre su abrazo y mi respuesta. Dios ha venido a mi corazón pecador. Dios, que baja desde el cielo y se queda bajo la apariencia de pan… esperándome…  Ante tan grande milagro, solo puedo permanecer de rodillas en un profundísimo agradecimiento, en un silencio del alma que adora y escucha… ese momento, luego de recibir la Eucaristía, que tantas veces me ha parecido solo un instante, aunque el reloj me desmienta, ese momento es un regalo que no merezco, pero recibo agradecida… es, sin duda, el mejor momento del día, del mes, del año, de la vida….

   A vos, que me acompañaste en esta pequeña meditación, te deseo muchos momentos a los pies del Señor, como María… y, aunque muchas veces sientas que exiges, como Marta, no te angusties, Jesús tiene para ti una respuesta personal, en cada Eucaristía….
 María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com
(este relato se encuentra en mi cuarto libro
"Madre, en tu Corazón")


Madre, donde está mi tesoro...

     Donde está tu tesoro está tu corazón… Estas palabras, tan conocidas, se repiten en la Santa Misa hoy… parece sencillo, pero no lo es tanto, por lo que recurro a ti, Madrecita, como siempre:
   - Y ¿Cómo hago, Madre? Si mi corazón se va, muchas veces, detrás de cosas que tienen disfraz de tesoros…. A veces me sorprendo con mi corazón puesto, confiadamente, en cosas pasajeras… ¿Cómo le pongo riendas a este corazón, para que esté en los tesoros eternos?
   Y, mientras esto me pregunto, te miro serena en tu imagen de Luján… y tu respuesta me asombra y, a la vez, me tranquiliza…
   - Dime, hija, la jaculatoria de tu Instituto… aunque tantas veces la has pronunciado hoy quiero que descubras en ella  tesoros escondidos…
   Te respondo: - "Madre, en tu Corazón, mi corazón, todo lo que estoy haciendo y me pasa"
   - ¿Ves hija? Es tan simple: pon tu corazón en el mío… y allí lo tendrás a resguardo de los tesoros engañosos… y no te angusties si no sabes distinguirlos, pues su apariencia a veces te confunde… Usa el camino más corto… tu corazón en el mío… pero no como una simple frase, o una jaculatoria bonita, no, sino como un acto de total confianza en tu Madre que quiere llegues segura a los brazos de Jesús.. No tu corazón en el mío para que quede aquí como final de camino, no, sino tu corazón en el mío como camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a Jesús….
    Voy comprendiendo la enseñanza del Maestro…. Donde está tu tesoro esta también tu corazón, que sería lo mismo que decir, donde está tu corazón está tu tesoro…. Y si mi corazón está en el tuyo, Madrecita, entonces está en el mejor de los tesoros, al mejor de los resguardos… así, puesto mi corazón en el tuyo te suplico que allí Cristo, como en una nueva Anunciación,  por medio del Espíritu Santo, tome completa posesión del mío, y lo haga semejante al Suyo, para que pueda amar y glorificar al Padre en mi y pasar de nuevo por el mundo haciendo el bien…

   Tesoros eternos y corazones que buscan el mejor resguardo…  Madre, cuida siempre mi corazón, para que no se deje deslumbrar por tesoros pasajeros… guarda mi Corazón para que aprenda a imitar tus virtudes, así, mi corazón será, al final del camino, un pequeño tesoro para presentarlo, de tu Mano, ante mi Señor…. 
                                                       María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com
(este relato se encuentra en mi cuarto libro
 "Madre, en tu Corazón")




Mis Libros, para DESCARGAR GRATIS