viernes, 14 de agosto de 2020

María y una habitacion cerrada

   Estamos en  Cuaresma. Para sacar de ella los mejores frutos he de recorrer un camino difícil, quizás el más difícil… y el más postergado. Un camino hacia mi corazón. Para conocerlo, para quitar de él todo el peso inútil e innecesario que le ha dejado el pecado. El peso del rencor, de la envidia, de la soberbia y tantos otros lastres que hacen lento y cansado su caminar.
   Y el comienzo de ese recorrido me lo muestra tu Hijo, Madre querida, en la lectura del Evangelio.
   Pero como este corazón ve a medias, María, necesito me enseñes a descubrir esa puerta que conduce al camino que el Maestro me señala…
   Y te llegas a mi alma y te pones junto a mí en la fila que estoy haciendo por un trámite de la oficina.
   - Dime, hija -me susurras al alma para que este encuentro sea tan solo nuestro, aun en medio de tanta gente.
   - Explícame Señora como puedo poner en práctica las palabras del Maestro: “Tu en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará”
   - ¿Qué es lo que no entiendes de esta propuesta, hija mía?
   - Pues, Madre, no sé si es que no la entiendo o  me da pena que, para mí, sea tan difícil ponerla en práctica.
   - ¿Y porque la consideras difícil de practicar? Yo la veo tan simple…
   - Madre, es que…- y ante tu gran paciencia para conmigo las palabras se me tornan esquivas- es que… para poder “irme a mi habitación y orar en secreto” necesito algo que, por estos días, me resulta muy escaso… necesito tiempo
   Y sonríes… sonríes y me abrazas, como sólo puedes abrazarme tú, con ese abrazo que descansa el alma, con ese abrazo que hace ver chiquitas las penas…
   - Te preocupas por tu falta de tiempo, cuando deberías preocuparte por tu falta de fe…
   -Discúlpame Madre, pero ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
   - Todo, hija, tiene todo que ver...
   -  ¿Mi falta de tiempo y mi poca fe tienen algo en común? Explícame, Madre, que mi corazón no entiende…
   - Tu falta de fe es lo que “agiganta” en tu corazón tu falta de tiempo…
   Como te miro sin comprender, pasas directo a la “parte práctica” de la explicación…
   - A ver, hija, ¿Cuánto tiempo falta para que puedas completar el trámite que te tiene esperando en esta fila?
   - Pues, unos treinta minutos.
   -¡Buenísimo! Treinta minutos te alcanzan para ir a tu habitación y orar en lo secreto.
   - Madre- comienzo a asombrarme con tu propuesta- ¿Cómo he de irme a mi casa ahora? No hay “habitaciones” aquí, esto es una oficina… No es que dude de tu propuesta, Madrecita, es que no la entiendo.
   -Hijita, “ir” a tu habitación y orar al Padre en lo secreto es mucho mas fácil de lo que crees. Aquí mismo, sin moverte, te es posible hacerlo.
   - Ay Madre- suspiro agradecida- dime pronto como se hace, pues mi corazón ansia un momento de oración ¿Cuál es la puerta de esa habitación? ¿Dónde la hallo?
   - Busca, hija, que el que busca encuentra…
   Sin saber, exactamente, que es lo que me pides que busque, meto la mano en mi bolso. Parece de locos, pero la alegría con que late mi corazón, me lleva a buscar.
   De pronto, mis dedos se enredan entre las cuentas de mi rosario. Me quedo inmóvil y asombrada. Lo saco lentamente y lo sostengo entre mis manos, mientras susurras…
   - Ahí la tienes, hija, ahí tienes a tu “habitación cerrada”. Míralo con tu corazón y hallaras la puerta.
   Pero no es tan fácil para mí el comprender.
   - Alcánzame Madre toda la fe que me falta para poder ver, en un simple cordón de cuentas, la profunda enseñanza de tu Hijo. Déjame entrar en Tu Corazón, para descubrir este hermoso secreto del Santo Rosario.
   Y mira mi alma, desde tu Corazón, el rosario que sostengo entre las manos. Y voy “entrando en él”, como caminando hacia su interior. Veo sus cuentas un poco gastadas. Cuentas que guardan secretos y lágrimas, súplicas y agradecimientos. Poco a poco ya no percibo el rumor de las conversaciones de las personas que me rodean. Comienzo a rezarlo, meditando en tu Corazón cada misterio. Lo rezo con el alma, mientras mis labios permanecen quietos para que nadie note que voy “caminando” ese camino de cuentas que me tiendes desde tu Corazón.
   El tiempo se fue rápido. Casi me toca el turno en la fila. El asombro se me escapa del alma a través de unas lágrimas que disimulo como puedo.
   Asombro, sí, Madre, asombro que siempre me dejas en el alma…
   -  Hija querida, me alegro que hayas abierto tu corazón para que así comprendas como, pidiendo más fe, puedes superar la “falta de tiempo” de la que te quejas. No era, como creías, “falta de tiempo”… no es el “tiempo” del reloj el que te quita el rezo del Rosario, ese momento privilegiado de oración, sino ese “reloj del alma” que se queda quieto mirando las cosas de fuera sin hacerse la necesaria pausa para alimentarse…
   Te vas mezclando entre la gente más no te vas de mi lado. Ahora sé que hay una “habitación cerrada”, tan pequeña y tan grande a la vez,  que puedo llevarla en mi bolsillo, pero sobre todo en mi corazón…
   Entrar en ella y cerrar la puerta es tratar de hacer ese silencio del alma, ese silencio tan necesario y útil para la meditación. Entrar a esta pequeña habitación es entrar a tu Corazón, Madre, para recorrer de tu mano, los camino de tu Hijo. Las “paredes” de esa habitación ya me conocen, saben de mis penas y alegrías, mis súplicas, mis angustias, mis esperas…
   Ahora comprendo porque me resulta tan difícil tomar un rosario ajeno para rezar. Siento que invado el espacio de mi hermano, que entro en un “lugar” que es de él… Claro, Madre, si estoy  entrando en “su habitación”…
   Gracias Madre Santísima por explicarme tan claro y fácil esta parte del Evangelio que hoy no comprendía…
   Gracias por enseñarme a suplicar mas fe que tiempo pues, con mi fe más fortalecida puedo multiplicar mi tiempo… con una fe más grade, el tiempo ya no es barrera… con una fe enraizada en tu Corazón puedo acercarme a la oración durante todo el día sin descuidar mis obligaciones ni mi descanso….
   Mira, Madre, que hermoso, aun me quedó tiempo en la fila para escribir este relato…

María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com

NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón  por el amor que siento por Ella.”

  




María y la fe de una mama

   Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio… (San Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti… en tu dolor de madre, en tu búsqueda de caminos para tu hija…
   Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo…. Pero no te entiendo…
   Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco Madre querida… te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez….
   De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos…
   Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús…me haces señas de que tome tu mano. ¡Que alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!!   ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!
   Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada… Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea.  Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida… Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.
   - Presta atención, hija- me susurras dulcemente, Madrecita…
   Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros… Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz…
   No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea…
   - Mira cómo cambia la mirada  de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta
   - ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, que piensas de esto.
   - Pues… que me alegro por ella…
   - Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús…
   - No te entiendo, Madre
   - Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona  no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio. , “habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies…” habiendo oído, hija mía, habiendo oído…
   Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti… y yo les devolví silencio…porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer…
   Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel “habiendo oído”… Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción... Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea… ¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro… ¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!
   De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto… Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mama a mama…
   Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe….
   Ella implora desde y hasta el fondo de su alma… Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza…
   Entonces, Maria, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado… un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras…
   El milagro de la fe de una mama….
   Aprieto tu mano, Maria Santísima y te digo vacilante:
   - Madre… estoy viendo algo que antes no había visto…
   - ¿Qué ves ahora, hija?
   - Pues… que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso…. Jesús hace el milagro por la fe de la madre…
   - Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro…la fe de la madre…Debes aprender a orar como ella…
   - Enséñame, Madre, enséñame
   - La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante….
   - Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración…
   - No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos.  Jesús le pone una pared que ella ve y acepta… y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como “inútil” “para que insistir”… por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas…
   -¿Cómo es esto Madre?
   - Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de si “algo” para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea…
   Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo… desde Jairo (Mt 9,18 Mc 5,36 Lc 8,50)) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín….y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia…
   Las oraciones de una mama…
   La fe de una mama…
   Te abrazo en silencio, Madre… y te suplico abraces a todas las mamas del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro…

María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com

NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón  por el amor que siento por Ella.”

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