Asistir
a Misa es, para mi corazón, como asomarme un ratito al Cielo… Todo lo terrenal y temporal se queda a la espera
en la puerta del Templo… Nada es más
importante, nada puede serlo….
Esto no significa que se sumerja mi corazón
en una amnesia estéril y egoísta. Llevo al altar “los gozos y las fatigas de
cada día”, pongo, en la colecta, no sólo la limosna, sino también todo lo que
soy, lo que tengo y a todos los que amo… Aquellos que se han encomendado a mis
oraciones, están en mi súplicas y no ceso de pedir, para mí y para tantos, “las
gracias que necesitamos y las virtudes que nos faltan” al decir de la Beata Madre Tránsito
Cabanillas…
Ese dejar afuera lo terrenal, es pedir la gracia
de concentrar toda mi atención en cada instante de la Santa Misa. No distraerme
con detalles externos, ni conversar con la señora que se sienta junto a mí en
el banco, como si estuviera esperando que inicie la película en el cine.
Jesús
está allí, en el Sagrario, todo lo demás puede esperar, todo lo demás debe
esperar…
No siempre tengo la gracia de tal
disposición de ánimo. Pero más que tenerla, lo importante es desearla. Porque
las gracias se dan a quien las pide.
Y hoy te pido esa gracia, María Santísima…mientras
contemplo el Sagrario, que está en un
mar de silencio. Jesús es silencio bajo la apariencia de pan. Es el mismo Jesús
que acunabas en Belén… el mismo…. el mismo. El mismo cuya Pasión meditaremos
esta noche en la Parroquia, recorriendo, con el corazón, las catorce estaciones
del Via Crucis…
Catorce estaciones. Y una decimoquinta a la
que llegaremos el Domingo de Pascua.
Y mientras estas palabras van naciendo en mi
corazón, me quedo mirando fijamente el Sagrario, que es promesa de amor
cumplida: “Estaré con ustedes, todos los días, hasta el último día”
- Piensa,
hija mía, medita serenamente cuánto dolor le cuesta a Jesus el cumplimiento de
esta promesa. Pero aun desde el dolor, Él no se retracta.- y tu voz
conocida, María, me pone un espejo frente al alma… para que me vea.
-
¿Dolor, Madrecita? ¿Qué le duele a Jesus en el Sagrario?
Me miras con ternura, aunque tus ojos están
tristes por lo que vas a responderme…
- El
dolor de Jesús Sacramentado es…. tu olvido.
Mi alma se sumerge en un silencio tan
profundo como ese mar de silencio del Sagrario. Y no tengo respuestas. Ni una
sola… no hay palabras, ni motivos, ni siquiera excusas mal armadas que me
sirvan frente a ti, Madrecita, después de tus palabras… Mi olvido. Mi olvido
que no es sólo una carencia de visitas. Mi olvido que es indiferencia cuando
entro al Templo y, en lugar de un discreto saludo a quienes conozco, me explayo
en palabras que sobran…
Te miro, sin poderte explicar lo
inexplicable.
Y pienso que quizás al Via Crucis le falta
agregar la decimosexta estación: La soledad de Jesús Sacramentado. Y cuánto duele saber que esta estación nace de
tantos olvidos que le hago llegar cada día, puntualmente…
- Esta
estación, hija mía, la vives en cada uno de tus días. No es meditar hechos antiguos, sino una suma de distancias
que tu corazón va trazando… tramo a tramo…día tras día. Pero lo maravilloso de
la Misericordia de Dios, es que este tramo puedes desandarlo, cortarlo, hacerlo
pequeño y finalmente, si pides la gracia, borrarlo…
-
Eso sí que sería bueno, Madrecita!!! Enséñame el modo en que pueda aprender a
restar distancias, acortar caminos, aliviar su soledad, para que esta
“decimosexta estación” no sea de dolor, sino de gozo para mi Señor…
- No
le olvides, hija, no le olvides. Que El sea el centro de tu amor y de tus
pensamientos cuando entres al Templo. No permitas que ninguna mundana
preocupación te arrebate este gozo perfecto de tu alma. Este tiempo es para
adorarle, para amarle, para darle gracias y también para presentarle tu corazón
con todas tus peticiones. Aún cuando pases por la vereda del Templo, apurada en
tus quehaceres, dedícale una mirada, un gesto… ¡Hija mía, no pases como si
nada!!! Como quien pasa ante un lugar común e indiferente. Ese pequeño gesto
que tu amor le regala a Jesús Sacramentado, aún desde la distancia, no es en
vano, sino que es, para Él, alegría y consuelo.. Y Jesús paga generosamente
cada gesto de amor, con gracias para tu alma…Y si por alguna razón no pudieses
cada día visitarle, sí puedes tomarte un momento de tu día y acercarte con tu
corazón. Aun cuando la enfermedad te retenga en tu lecho, sabe que ninguna
enfermedad puede retener tu alma, hija mía y tu alma tiene las alas que le da
tu voluntad para postrarse ante cualquier Sagrario de este mundo…
De a poco voy notando que el mar de
silencio del Sagrario, tiene perfumes de eternidad, delicados aromas que, como
perfecto bálsamo, van restaurando las heridas del alma…
Si no me suelto de tu mano, María, es
decir, si no se aleja de mis labios ni de mi corazón el Avemaría, sé que las
alas de mi alma se desplegarán cada día hacia el Sagrario, desandando
distancias, aliviando soledades, la de Jesús y, sobre todo, la mía…..
Y como eco final de este momento, resuenan
en mi alma algunas palabras de los Santos, acerca de la Eucaristía:
“Tened por cierto que el tiempo que empleéis
con devoción delante de este divinísimo Sacramento, será el tiempo que más bien
os reportará en esta vida y más os consolará en vuestra muerte y en la
eternidad. Y sabed que acaso ganaréis más en un cuarto de hora de adoración en
la presencia de Jesús Sacramentado, que en todos los demás ejercicios
espirituales del día” (San Alfonso María de Ligorio)
“Qué feliz es ese Ángel de la Guarda que
acompaña al alma cuando va a Misa” (San Juan María Vianney)
María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com
Nota de la autora: Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella.
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