No es la primera vez que escucho la lectura
sobre Marta y María (Lc 10,38-42) , pero este domingo vuelvo a sentir esas
palabras, en mi corazón, de un modo diferente.
Tu imagen de Luján está cerquísima del sitio
desde donde el sacerdote hace la Lectura, así que, como es mi costumbre, corro a refugiarme bajo tu manto
para entender mejor cada palabra santa…
No un “entender” soberbio y vanidoso, no,
pues de nada me serviría para buscar la santidad, sino un entender sencillo,
descubriendo que es lo que esas palabras me dicen a mí, hoy…
Y me llevas a la pequeña casa de Betania,
justo cuando Marta ha comenzado a molestarse por la actitud de su hermana
María.
- Mira, hija, y mírate a ti misma en su
lugar, tantas veces…
- ¿Yo? ¿En su lugar? ¿Cómo? ¿Cuándo, Madrecita? Enséñame a ver, Madre, que muchas veces la ceguera del alma me lleva
a errar caminos.
- Escucha la oración de Marta.
- ¿La oración? ¿Cuál oración? Más bien la
veo muy molesta con su hermana.
- A ver, hija, ¿Qué crees que es la oración?
La oración es un diálogo con Dios, no un monólogo que más bien parece un listado
lastimoso de penas y órdenes. Marta se acerca al Señor y le dirige esta
oración, pero su oración está afectada por el estado de su alma. Así que
comienza casi reprendiendo a Jesús que,
según ella, no ve ni valora su esfuerzo, para terminar dándole una orden acerca
de lo que Dios debe hacer. No es un pedido, ni una súplica, es una orden.
¿Comprendes hija? Como si Marta conociese de antemano las únicas alternativas
posibles frente a su problema ¿No crees que te le pareces en alguna ocasión?
Frente a esta pregunta de mi Madre, intento
mirar hacia atrás en mi propio camino y sí, muchas veces le dije a Jesús lo que
“tenía” que hacer.
- Ay, Madre, Madre, que triste se habrá
sentido tu Hijo, más por mi ceguera que por mis penas… sabiendo que mis penas,
muchas veces, nacen de mi ceguera…
- Así es, hija, pero no te desanimes, no te
apresures, que aún Marta está parada frente al Maestro, esperando la respuesta,
porque toda oración es escuchada, y
respondida, aunque muchas veces la respuesta no sea la esperada, como con
Marta, aun así es la mejor respuesta.
Y mientras Marta escucha la respuesta del
Señor, que le ofrece caminos y le aligera la carga, caigo en la cuenta de
cuantas respuestas he tenido a mi oración, tardías unas, inexplicables otras… algunas
hasta difíciles de entender, pero de toda circunstancia, puesta en oración en Su
Corazón, siempre hallé el mejor fruto…
- Hija, aún puedes ver otro momento en el
que, a veces, actúas como Marta, y otras como María…
- ¿Otro momento, Madre? ¿Cuál? Dime, por
caridad…
- Jesús entró a casa de las hermanas de
Lázaro… y, como te explicaba el sacerdote en la homilía:” ¡Es el Señor el que
está entrando!”… todo lo demás, hija, pasa a un segundo plano, o debería pasar…
Cuando recibes a Jesús en la Eucaristía, El entra a tu casa, a tu corazón…
piensa hija, como le recibes…si como María, escuchando sus enseñanzas y
adorándole desde lo profundo de tu alma, o como Marta, casi reprendiéndole
porque no hace lo que tu esperas que haga… Aún en este caso, hija mía, ten la
certeza de que Él te escuchará, te llamará por tu nombre y te mostrará que,
muchas veces, caminas con excesiva carga sobre tus hombros y luego te mostrará
el camino de las cosas que “no te serán quitadas”…
Guardo silencio ante la profundidad de tu
enseñanza, ante la delicadeza de tus consejos de Madre, siempre atenta a la
salvación de sus hijos…
Con cuánta dulzura me muestras mis errores,
mis olvidos, mis egoísmos…
Es tiempo de prepararme para
la Eucaristía, debemos dejar la casa de Betania… No alcanzo a ver ni a escuchar
la respuesta de Marta a las palabras de Jesús…
Más, ahora, sé que debo pensar en mi propia
respuesta al Maestro, en mi propia actitud…
Recibo a Jesús en la Eucaristía. En este
momento no hay nada, nada, nada más importante… Es un momento único e
irrepetible entre Jesús y yo, entre su abrazo y mi respuesta. Dios ha venido a
mi corazón pecador. Dios, que baja desde el cielo y se queda bajo la apariencia
de pan… esperándome… Ante tan grande
milagro, solo puedo permanecer de rodillas en un profundísimo agradecimiento,
en un silencio del alma que adora y escucha… ese momento, luego de recibir la
Eucaristía, que tantas veces me ha parecido solo un instante, aunque el reloj
me desmienta, ese momento es un regalo que no merezco, pero recibo agradecida…
es, sin duda, el mejor momento del día, del mes, del año, de la vida….
A vos, que me acompañaste en esta pequeña
meditación, te deseo muchos momentos a los pies del Señor, como María… y,
aunque muchas veces sientas que exiges, como Marta, no te angusties, Jesús
tiene para ti una respuesta personal, en cada Eucaristía….
María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com
(este relato se encuentra en mi cuarto libro
"Madre, en tu Corazón")
Lindísima meditación!! Gracias, Susana.
ResponderEliminarHermosos relatos de la Hermana Susana. Les pido mucha oración por su salud.
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