lunes, 4 de julio de 2011

En Domingo de Ramos


   ¿Sabes, María…? Faltan pocos días para la Semana Santa, mañana es domingo de Ramos. Por misericordia de Dios, este año he tomado mayor conciencia  del sentido de estos días en mi propia vida. Por un exquisito detalle de amor de mi Señor he aprendido a ver, en mi propio dolor, no una ausencia de Dios, sino una presencia real  de su amor, dándome, en cada momento difícil, la oportunidad de transitar con Él mi propio camino de Salvación. Por eso quiero acercarme hoy a ti, maestra del alma, para que, como mi madre que eres, me tomes de la mano y me muestres el camino hacia tu Hijo.
   - El camino hacia mi Hijo, el único camino que vale la pena transitar. Yo quisiera que todos anhelaran ese camino pero, no hablaremos de eso ahora. Ven, vamos a Jerusalén, que la gente ya se está acercando a Jesús y nos costará trabajo abrirnos paso entre la multitud. Y te sigo… ¿Qué otra cosa puedo hacer? Si seguirte termina siendo siempre luz para el corazón, paz para el alma.
   Tal como lo dijiste, la gran multitud que había venido para la fiesta de la Pascua se enteró de que Jesús se dirigía a Jerusalén. Llegamos justo cuando Jesús está montando un asno para entrar a la ciudad.  La gente se apretuja por acercársele, muchos han visto la resurrección de Lázaro y dan testimonio. Vemos a las mujeres de Galilea, silenciosas, que lo siguen. Tú, Madre querida, te acercas para verlo sin que él lo note, tienes ganas de abrazarlo, de cuidarlo, de atenderlo como cuando era pequeño. Lo nombras “Jesús, amor de mi alma”. Es apenas un susurro en el griterío de la gente, apenas si yo, que estoy pegadita a vos, lo oigo con dificultad, pero tu Hijo te oye, gira la cabeza y sus ojos purísimos y mansos se encuentran con los tuyos. Es una mirada larga, llena de palabras que van de corazón a corazón, por un instante sé que están en ese lugar sólo ustedes dos… miles de ángeles inclinan la cabeza con respeto, es una mirada de amor profundo, de entrega sin límites a la Voluntad del Padre… una mirada de despedida.  Luego, Él se vuelve a las gentes, el tosco animal inicia su marcha triunfal, mientras el pueblo extiende sus mantos como improvisada alfombra real. Las ramas de olivos, arrancadas por cientos de manos, son verdes pañuelos que saludan al Mesías, claro, que en este momento nadie piensa que los verdes pañuelos de hoy serán ramas marchitas en pocos días, que se quemarán con el fuego de la indiferencia o el abandono. Al llegar a la pendiente del monte de los Olivos, comenzamos a escuchar de mil gargantas: ”...¡Hosana!¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel!”( Jn 12,13).
   Tú y yo, María, caminamos entre las gentes, nadie te reconoce, nadie ve en ti a la mujer por cuyo sí hoy tienen ellos a quien aclamar.
   - Mucha gente- dijiste con tristeza- mucha gente hoy, como en la multiplicación de los panes o en el sermón de la barca…mas, todos lo dejarán solo en pocos días.
   - Señora- y siento vergüenza por mí, ya que muchas veces yo lo había saludado desde mi Monte de los Olivos y lo había dejado solo después- ¡Cuánto nos ama tu Hijo, Cuánto!
   - Mi corazón puede sentir la angustia del suyo, hija mía. Al mirarlo, hace un momento, noté una mirada triste, angustiada, mas no por Él sino por toda esta gente, solitaria, porque Él sabe que este bullicio es pasajero. Una mirada decidida, porque mi Hijo vino para hacer la Voluntad del Padre. Una mirada valiente, porque sabe que aún falta la lucha final y está determinado a vencer pues su victoria es nuestra única esperanza. Una mirada en paz, con la tranquilidad profunda de la verdadera libertad que es hacer lo que debe hacerse, aquello para lo que cada ser fue concebido desde el principio de los tiempos.
   - Señora ¿Irás a la casa donde se hospedará Él?. Es que así lo tendrás más cerca.
   - No, yo estaré cerca, Él sabe que estoy, pero debo dejarle en libertad. Él debe cumplir su misión hasta el final.
   - ¿Qué siente tu corazón ahora, Madre querida? Perdona la torpeza de la pregunta, pero… es admirable como estás de pie, en silencio, sin gritos, aún en medio del dolor te mantienes serena ¿De dónde sacas fuerzas, Señora?.
   - Pues del mismo por quien sufro, amiga mía. Verás, cuando el ángel me anunció que sería la madre del Mesías, yo sentí que aceptar era como dar un gran salto al vacío, pero sabía que más vacía quedaría si me negaba. Desde ese momento hasta hoy he pasado por muchísimas circunstancias  que me han ido enseñando quien es en realidad este Hijo mío, que es mío pero no me pertenece. Aprendí que ser su mamá era sólo ser un puente, que mi “sí” unía su decisión de salvar la humanidad con la humanidad misma, pero nada más. No me asistía el derecho de anteponer mis sentimientos a su misión salvadora, debía aprender el valor de la renuncia.
   - Señora ¿Qué debe aprender mi alma de este día?
   - Debe aprender que es fácil reconocerlo y amarlo cuando todo marcha bien, que no es gran mérito aclamar su nombre cuando todos lo hacen y “queda bien”… debes recordar que, después de cada Domingo de Ramos viene el Jueves Santo y el gallo también cantará tres veces para ti.
   - ¿Qué hacer, entonces?
   - Seguirlo siempre, aún en medio de tu propio dolor, ver que te espera detrás del sufrimiento, que no te deja sola, que está contigo, sobre todo cuando tú crees que está lejos. Recuerda siempre que Él te amó tanto que padeció todo esto por ti, para que tuvieses vida eterna.
   Seguimos a Jesús hasta que llega a la ciudad. Luego Él va al Templo y María queda contemplándolo desde lejos. Antes de entrar al recinto el Hijo la mira. Su mirada es… indescriptible, una extraña mezcla de amor, tristeza, paciencia y soledad…  En pocos días todo habrá terminado y, al mismo tiempo, todo habrá comenzado.
   - Hija querida -dices, mientras me abrazas con ternura- espero que tu corazón haya aprendido, haya crecido, haya conocido de cuanto es capaz el amor de Dios... aunque, hija mía... la verdadera dimensión de ese amor no puede ser comprendida en este mundo.
   Gracias, Señora mía, por este tiempo que nos dedicas a tus hijos... gracias...    Y te vas... te vas y te quedas al mismo tiempo... como dice la Escritura, nadie puede separarnos del amor de Cristo... y, por consiguiente, Señora mía, tampoco nadie puede separarnos de tu amor.
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  Amigo, amiga, que lees estas líneas... ten un Domingo de Ramos acompañado de María.
María Susana Ratero
NOTA:"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella"

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