lunes, 4 de julio de 2011

María Santísima, y las lámparas del alma...



   Señora mía, el Evangelio nos dice que el Reino de los Cielos se parece a unas jóvenes que, en una fiesta de bodas, debían esperar al esposo con sus lámparas encendidas (Mt 25, 1-13). Como no todas se habían provisto de la cantidad de aceite necesaria para esperar varias horas, las jóvenes que se quedaron sin combustible salieron a comprarlo al mercado.  Cuando volvieron, con el aceite en sus lámparas, la puerta del salón de fiesta ya no se abrió para ellas.
-   Así es, hija, ¿Qué es lo que no comprendes de esta parábola?
Apenas si levanto la mirada hasta tu imagen del altar y no me atrevo a decirte que comprendo bien poco.
-   Este mensaje, hija, es muy profundo, tiene muchas enseñanzas.
-   Me temo que sí, Madre, y con entender al menos una, quedaría yo agradecida.
-   ¿Por qué te conformas con sólo una? ¿Por qué, si puedes entender muchas más? ¿Por qué dudas en abrir la puerta de tu corazón a estas verdades que, como aceite eterno, te iluminarán para que no te asusten las oscuridades del camino?
   El silencio canta al alma entre los muros de la parroquia. El mensaje, explicado por el sacerdote, aún resuena en mi corazón.
   Como Madre tierna que eres,  vienes a mi lado y comienzas a contarme.
   El tono de tu voz perfuma mi corazón como bálsamo de paz. Voz de Madre, voz de amiga, voz que es compañía y abrazo.
-          Verás, hija, la lámpara que debes mantener encendida es tu corazón.
-          Eso, más o menos, lo entiendo. Pero no sé como es esto de echarle aceite para que siempre alumbre.
   Me miras y sonríes de tal manera que quisiera que todos los relojes del mundo se detuviesen...
-          Tomar la lámpara es como comenzar a caminar hacia tu corazón.
-          Vaya...  camino difícil, María.
-          Pues no hay camino más necesario. Cuando vayas descubriendo espinas, torrentes y abismos, no te asustes. Pide la gracia, hija, de poder limpiar el sendero. Eso sería como limpiar la lámpara de impurezas para no contaminar el aceite.
-           Limpiar el corazón... Ay, Madre, si ni siquiera puedo reconocer, debidamente, lo que debo quitar... O sea, lo más evidente sí, como mi vanidad, egoísmo y soberbia. Pero... ¿Qué pasa con las piedras pequeñas?  Recuerdo que San Agustín decía que un barco se hunde tanto por un gran boquete como por mil agujeros pequeños.
-          Hija, el desear quitar hasta las piedras pequeñas ya es gracia. Ten paciencia y constancia, pues sin ellas jamás lograrás reconocerlas. Habla seguido con tu sacerdote, frecuenta el Sacramento de la Reconciliación y alimenta tu alma con la Eucaristía. Y confía, hija mía, confía. Mi Hijo te irá mostrando caminos, poco a poco, y en la medida en que puedas comprender.
   Mi alma te abraza en silencio.
-          Mira-continúas- debes ir haciendo acopio de aceite mientras vas limpiando la lámpara.  Es decir, medita la Pasión del Señor, lee el Evangelio, ora al Padre desde el fondo mismo de tu corazón. Ora sin descanso y sin angustia. Sin prisa y sin pausa, y no hagas ostentación de tu oración.
-          Siempre que te acercas a mí, me inundas de esperanza y caminos, consuelo y sonrisas... te amo tanto, Madrecita, tanto...
-          Y yo a ti, no lo dudes jamás. Sigamos descubriendo tesoros en la Palabra. Por ejemplo: cuando habla de las jóvenes necias que no repusieron aceite ¿Sabes que hay quienes ni siquiera saben que tienen lámpara? Hay quienes caminan entre oscuridades y soledad, entre dudas y llanto. Si encendiesen su lámpara ¡Cuánta luz tendrían!
-          Señora ¿Qué tiene que ver eso conmigo?
-          Mucho, querida, mucho. Muchas veces, en tu diario caminar, hallas personas angustiadas, desilusionadas, sin sueños ¿Qué tal si les hablas de su lámpara interior? Cuando te encuentres con personas que, aún teniendo todo lo necesario en lo material, y más también, tienen los ojos tristes y sienten un vacío en el alma, háblales de lámparas eternas.
-          Pero, Madre, temo que no me escuchen.
-          Allí está tu error. Siembra, pon lo mejor de ti en la tarea. Pero no depende del sembrador el germinar. Valora más la semilla, que es de excelentísima calidad. El campesino no se levanta, la mañana siguiente de la siembra, a ver el campo lleno de doradas espigas.
   Recuerdo cuántos corazones crucé en mi vida. Sus bellísimas lámparas estaban allí, sin ser tocadas. Si tan sólo le hubiese dicho a mi hermano que, en su corazón, una lámpara eterna se deshacía en espera…
-          Cuando tus hermanos buscaban proveerse de aceite ¿Les has ayudado? Me explico. Cuando alguien que conoces busca a Dios sinceramente ¿Te acercas y le acompañas? ¿Le aconsejas frecuentar los Sacramentos, fuente inagotable de luz? ¿Le hablas acerca de los ladrones?
-          ¿Ladrones? ¿Qué ladrones?
-          Los del alma. Los más sigilosos y audaces. Los ladrones de sueños y esperanzas. .Sus nombres son: "envidia", "amargura", "vanidad", "soberbia", "desánimo" y tantos más...Los que, muchas veces, encuentran la puerta abierta. Los que entran atropellando y quieren tirar abajo las columnas que la sostienen.  Y el aceite que  roban no pueden usarlo, porque, una vez que entra en un corazón, se torna único, y sólo sirve para ese corazón... Recuerda las jóvenes de la parábola, que no le prestaron su aceite a las otras porque “no alcanzaría para todas”.
   Me miras desde el amor más puro. Comienzas a alejarte. Ha sido un encuentro sencillo y profundo. Me has enseñado acerca de lámparas eternas y aceites con nombre y apellido. Me has advertido acerca de ladrones astutos y puertas mal cerradas. Me llevo tu consejo hecho aceite en mi lámpara. Espero no inutilizar el santo combustible con las impurezas de mis olvidos y egoísmos, mis vanidades y orgullo.
-          Ayúdame, Madre, a mantener mi lámpara siempre encendida-suplica mi corazón mirándote volver hacia al altar, junto a Jesús Eucaristía.
   Llega el tiempo de comulgar y mi corazón recibe al que es Luz de mi vida. Luz inextinguible, luz eterna. Luz que se hace pan para iluminarme el alma, para que no quede a oscuras y sin caminos….

   Amigo mío, amiga mía que has compartido conmigo este momento de paz con Maria Santísima… pidamos juntos la gracia de aceites eternos y luces generosas, que alumbren caminos… propios y ajenos…  

María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com
NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón  por el amor que siento por Ella.”


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